martes, 22 de febrero de 2011

tabaquerìa

Esta un poco largo, pero muy inspirador su contenido, vale la pena leerlo



Tabaquería de Fernando Pessoa, Traducción de Octavio Paz

No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Ventanas de mi cuarto,
Cuarto de uno de los millones en el mundo que nadie sabe quién son
(Y si lo supiesen, ¿qué sabrían?)
Ventanas que dan al misterio de una calle cruzada constantemente por la gente,
Calle inaccesible a todos los pensamientos,
Real, imposiblemente real, cierta, desconocidamente cierta,
Con el misterio de las cosas bajo las piedras y los seres,
Con el de la muerte que traza manchas húmedas en las paredes,
Con el del destino que conduce al carro de todo por la calle de nada. 



Hoy estoy convencido como si supiese la verdad,
Lúcido como su estuviese por morir
Y no tuviese más hermandad con las cosas que la de una despedida,
Y la hilera de trenes de un convoy desfila frente a mí
Y hay un largo silbido
Dentro de mi cráneo
Y hay una sacudida en mis nervios y crujen mis huesos en la arrancada.

Hoy estoy perplejo, como quien pensó y encontró y olvidó,
Hoy estoy dividido entre la lealtad que debo
A la Tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,
Y la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.
Fallé en todo.
Como no tuve propósito alguno tal vez todo fue nada.


Lo que me enseñaron
Lo eché por la ventana del traspatio.
Ayer fui al campo con grandes propósitos.
Encontré sólo hierbas y árboles
Y la gente que había era igual a la otra.
Dejo la ventana y me siento en una silla. ¿En qué he de pensar?

¿Qué puedo saber de lo que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? ¡Pienso ser tantas cosas!
¡Y hay tantos que piensan ser esas mismas cosas que no podemos ser tantos!

¿Genio? En este momento
Cien mil cerebros se creen en sueños genios como yo
Y la historia no recordará, ¿quién sabe?, ni uno,
Y sólo habrá un muladar para tantas futuras conquistas.
No, no creo en mí.


¡En tantos manicomios hay tantos locos con tantas certezas!
Yo, que no tengo ninguna ¿puedo estar en lo cierto?
No, en mí no creo.


¿En cuántas buhardillas y no-buhardillas del mundo
Genios-para-sí-mismos a esta hora están soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas
-Sí, de veras altas y nobles y lúcidas-
Quizá realizables,
No verán nunca la luz del sol real ni llegarán a oídos de la gente? 



El mundo es para los que nacieron para conquistarlo
No para los que sueñan que pueden conquistarlo, aunque tengan razón.
He soñado más que todas las hazañas de Napoleón.
He abrazado en mi pecho hipotético más humanidades que Cristo,
He pensado en secreto más filosofías que las escritas por ningún Kant.


Soy y seré siempre el de la buhardilla,
Aunque no viva en ella.
Seré simpre el que no nació para eso.
Seré siempre sólo el que tenía algunas cualidades,
Seré siempre el que aguardó que le abrieran la puerta frente a un muro que no tenía puerta,
El que cantó el cántico del Infinito en un gallinero,
El que oyó la voz de Dios en un pozo cegado.
¿Creer en mí? Ni en mí ni en nada.


Derrame la naturaleza su sol y su lluvia
Sobre mi ardiente cabeza y que su viento me despeine
Y después que venga lo que viniere o tiene que venir o no ha de venir.


Esclavos cardíacos de las estrellas,
Conquistamos al mundo antes de levantarnos de la cama;
Nos despertamos y se vuelve opaco;
Salimos a la calle y se vuelve ajeno,
Es la tierra y el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido. 



Come chocolates, muchacha,
¡Come chocolates!
Mira que no hay metafísica en el mundo como los chocolates,
Mira que todas las religiones enseñan menos que la confitería.
¡Come, sucia muchacha, come!
¡Si yo pudiese comer chocolates con la misma verdad con que tú los comes!
Pero yo pienso y al arrancar el papel de plata, que es de estaño,
Echo por tierra todo, mi vida misma.)

Queda al menos la amargura de lo que nunca seré,
La caligrafía rápida de estos versos,
Pórtico que mira hacia lo imposible.
Al menos me otorgo a mí mismo un desprecio sin lágrimas,

Noble al menos por el gesto amplio con que arrojo,
Sin prenda, la ropa sucia que soy al tumulto del mundo
Y me quedo en casa sin camisa. 



(Tú que consuelas y no existes, y por eso consuelas,
Diosa griega, estatua engendrada viva,
Patricia romana, imposible y nefasta,
Princesa de los trovadores, escotada marquesa del dieciocho,
Cocotte célebre del tiempo de nuestros abuelos,
O no sé cual moderna -no acierto bien la cual-
Sea lo que seas y la que seas, ¡si puedes inspirar, inspírame!
Mi corazón es un balde vacío.

Como invocan espíritus los que invocan espíritus me invoco,
Me invoco a mí mismo y nada aparece.
Me acerco a la ventana y veo la calle con una nitidez absoluta.
Veo las tiendas, la acera, veo los coches que pasan,
Veo los entes vivos vestidos que pasan,
Veo los perros que también existen,
Y todo esto me parece una condena a la degradación
Y todo esto, como todo, me es ajeno.)

Viví, estudié, amé y hasta tuve fe.
Hoy no hay mendigo al que no envidie sólo por ser él y no yo. 

En cada uno veo el andrajo, la llaga y la mentira.
Y pienso: tal vez nunca viviste, ni estudiaste, ni amaste, ni creíste
(Porque es posible dar realidad a todo esto sin hacer nada de todo esto.)
Tal vez has existido apenas como la lagartija a la que cortan el rabo
Y el rabo salta, separado del cuerpo.

Hice conmigo lo que no sabía hacer.
Y no hice lo que podía.
El disfraz que me puse no era el mío.
Creyeron que yo era el que no era, no los desmentí y me perdí.
Cuando quise arrancarme la máscara,
La tenía pegada a la cara.
Cuando la arranqué y me vi en el espejo,
Estaba desfigurado.
Estaba borracho, no podía entrar en mi disfraz.
Lo acosté y me quedé afuera,
Dormí en el guardarropa
Como un perro tolerado por la gerencia
Por ser inofensivo.


Voy a escribir este cuento para probar que soy sublime. 
Esencia musical de mis versos inútiles,
Quién pudiera encontrarte como cosa que yo hice
Y no encontrarme siempre enfrente de la Tabaquería de enfrente:
Pisan los pies la conciencia de estar existiendo
Como un tapete en el que tropieza un borracho
O la esterilla que se roban los gitanos y que no vale nada.

El Dueño de la Tabaquería aparece en la puerta y se instala contra la puerta.
Con la incomodidad del que tiene el cuello torcido,
Con la incomodidad de un alma torcida, lo veo.
El morirá y yo moriré. 


El dejará su rótulo y yo dejaré mis versos.
En un momento dado morirá el rótulo y morirán mis versos.
Después, en otro momento, morirán la calle donde estaba pintado el rótulo
Y el idioma en que fueron escritos los versos.
Después morirá el planeta gigante donde pasó todo esto.

En otros planetas de otros sistemas algo parecido a la gente
Continuará haciendo cosas parecidas a versos,
Parecidas a vivir bajo un rótulo de tienda,
Siempre una cosa frente a otra cosa,
Siempre una cosa tan inútil como la otra,
Siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
Siempre el misterio del fondo tan cierto como el misterio de la superficie,
Siempre ésta o aquella cosa o ni una cosa ni la otra. 



Un hombre entra a la Tabaquería (¿para comprar tabaco?),
Y la realidad plausible cae de repente sobre mí.
Me enderezo a medias, enérgico, convencido, humano,
Y se me ocurren estos versos en que diré lo contrario.

Enciendo un cigarro al pensar en escribirlos
Y saboreo en el cigarro la libertad de todos los pensamientos.
Fumo y sigo al humo con mi estela,
Y gozo, en un momento sensible y alerta,
La liberación de todas las especulaciones
Y la conciencia de que la metafísica es el resultado de una indisposición.
Y después de esto me reclino en mi silla
Y continúo fumando.
Seguiré fumando hasta que el destino lo quiera. 

(Si me casase con la hija de la lavandera
Quizá sería feliz).


Visto esto, me levanto. Me acerco a la ventana.
El hombre sale de la Tabaquería (¿guarda el cambio el la bolsa del pantalón?),
Ah, lo conozco, es Estevez, que ignora la metafísica.
(El Dueño de la Tabaquería aparece en la puerta).
Movido por un instinto adivinatorio, Estevez se vuelve y me reconoce;
Me saluda con la mano y yo le grito ¡Adiós, Estevez! y el universo
Se reconstruye en mí sin ideal ni esperanza y el Dueño de la Tabaquería sonríe.

viernes, 18 de febrero de 2011

la fiesta del parachico




La fiesta del Parachico en Chiapa de Corzo

Es el evento más importante de la Fiesta Grande del poblado ha sido la danza del “Parachico”, hoy convertida en un bien universal. Según narran las tradiciones populares, el origen de este baile se remonta a principios del siglo XVIII.
Una versión señala que la española doña María de Angulo, radicada en Guatemala, ayudó al pueblo durante una terrible sequía al regalarles comida y agua. Posteriormente volvió con su hijo enfermo, que padecía una misteriosa enfermedad, y fue curado con una danza que le brindaron los originarios de Chiapa de Corzo, “para el chico”.
Otra versión afirma que María de Angulo salvó al pueblo de una plaga de langostas, que había acabado con todas las cosechas, porque en el pasado ella había llegado desde Guatemala a Chiapa de Corzo en busca de un remedio que curara a su hijo, víctima de una enfermedad que le impedía mover las piernas. Un curandero de Cerro Brujo lo sanó al sumergirlo en las aguas termales de Cumbujuyú. En agradecimiento por este milagro, María de Angulo llevó a cabo una fiesta “para el chico”.
Las dos versiones coinciden en que la señora Angulo y sus sirvientas, regalaron fruta y despensas de casa en casa. Actualmente la familia Nigenda ocupa el patronazgo de los “parachicos”, y lo ha hecho desde hace casi 70 años.
El festejo dura más de 15 días. Comienza entre el 8 o el 9 de enero y finaliza el día 23 o el 24 del mismo mes.
Posteriormente, los indios chiapanecas empezaron a disfrazarse de españoles (Parachicos) y de mujeres (Chuntáes) para imitar a los españoles y a las sirvientas de doña María de Angulo, que iban de casa en casa regalando frutas y dinero para los niños (chicos). Asimismo nacieron los "Abrecampos" son hombres desnudos pintados de negro que emulan a los esclavos de la época colonial y abren paso entre la gente que se arremolinaba pidiendo despensas y dinero.
El vestuario del Parachico lo componen una máscara finamente tallada en madera con las facciones de un español blanco de ojos azules o verdes claros, con barba de candado, pelcula de ixtle sin pintar, chalina de raso, camisa y pantalón negros, un vistoso sarape con flores de chaquira y lentejuela y un chinchín. También llevan consigo en la mano una sonaja de hojalata.
Las Chuntáes (Chuntá, palabra de origen chiapaneca que significa criada) son personas del sexo masculino que se disfrazan de mujer para imitar a las antiguaqs sirvientas de doña María de Angulo, que junto a otros sirvientes españoles (hoy Parachicos) iban de casa en casa repartiendo maíz, frijol, legumbres y frutas. Las Chuntáes visitan los templos de San Jacinto, El Calvario, San Gregorio, Santo Domingo, casas particulares y la Plaza de Chiapa.

Se visten de Parachico para participar como danzantes en la Fiesta Grande de enero de Chiapa de Corzo. El 5 de enero los Parachicos bailan, al compás del pito y el tambor acompañados por las Chuntáes, Abrecampos, Vaqueros y Tehuanos, en honor al Señor de los Milagros, en señal de manda; el 17 en homenaje a San Antonio Abad y el 23 en memoria de San Sebastián Martir.
El 20 de enero, cientos de personas del estado y de fuera se visten de Parachico y de chiapaneca y se suman a la fiesta de Chiapa. El 21 de enero se realiza el Combate Naval de Chiapa de Corzo en el río Grijalva, frente a la ciudad, mismo que consiste en un espectáculo pirotécnico (de fuegos artificales) la cual es peresenciada por miles de personas que llegan de diversas partes del estado y del país.

El 22 de enero desfilan los carros alegóricos, evento que es encabezado por los Parachicos, la banda de música y de guerra del gobierno del estado; las Chuntáes, al son del pito y del tambor, van bailando y repartiendo dulces. Enseguida van los carros alegóricos, entre ellos el que lleva a doña María de Angulo, benefactora del pueblo de Chiapa en la época de la colonia, misma que es representada por una hermosa jovencita que va repartiendo dulces y monedas. Y, finalmente, el 23 d enero desfilan los parachicos chiapacorceños para despedirse del público y prometer, en el templo de Santo Domingo de Guzmán, que regresarán nuevamente al siguiente año.